viernes, 1 de abril de 2016

Aquí te esperaré por siempre: quinto capítulo

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13 de febrero de 2014

La reforma finalizó unos cinco meses después.
Jordan estaba encantado y aunque todavía no pensaba dejar su apartamento del centro, comenzó a amueblarla y a llevar allí algunas de sus cosas.
Cada día descubría algo nuevo en él, algo que me sorprendía y que me acercaba más. Me conmovía descubrir cuánto había cambiado por mí. Venía a buscarme a la oficina cada noche, pasaba conmigo los fines de semana, él que en realidad era un tierno lobo solitario.
–Hasta los lobos encuentran su compañera, y cuando lo hacen, la aman para siempre– contestó cuando le hablé de eso.
Esa declaración de amor era mucho más de lo que hubiera esperado escuchar de sus labios, me sentí sobrecogida y algo asustada porque yo también era un lobo solitario a mi manera.
El día que terminaron de limpiar la casa preparó una cena para mí.
Llegué cerca de las diez, había pasado a cambiarme y estaba realmente exhausta, pero no podía dejarlo solo esa noche.
Después de comer salimos al parque con una copa. Nos sentamos mirando el hermoso cielo estrellado, de espaldas a la casa.
Pasó un brazo por mis hombros y me atrajo hacia él.
–Gracias por haberme regalado esta casa–dijo de pronto.
Sonreí.
–No te la regalé, la has pagado, y bien pagada.
–Gracias por hacerla para mí.
Levanté la cabeza y deposité un beso en sus labios.
–Fue un placer–dije sonriendo.
–Me gustaría que ésta fuera tu casa también.
Esperé en silencio.
–Ya sé que, como dijiste, el dormitorio no está diseñado para una mujer.
Sonreí  oculta entre sus brazos.
–¿Vendrías a vivir conmigo si te mando hacer un precioso vestidor?
Lo miré sin atreverme a contestar.
–¿O preferirías casarte conmigo y modificar toda la habitación a tu gusto?
Me senté erguida en el sillón, mirándolo a los ojos.
Sonrió colocando cuidadosamente en la punta de mi dedo una delicada sortija con un diamante.
–¿Aceptas el trabajo o no?
–Acepto–dije emocionada. Acomodó el anillo en mi dedo y selló su propuesta con un largo beso.
A pesar de que creí que se trataba de una broma, insistió en que reformáramos la habitación. Y aunque me daba pena volver a romper las paredes, hice construir un amplio vestidor con armarios y espejos. Compró una cama enorme y mandó hacer un estudio para mí, en el parque. Parecía un jardín de invierno, con algunas paredes y parte del techo de cristal.
No estaba acostumbrada a lujos ni caprichos, de modo que me sentía un poco incómoda recibiendo ese tipo de regalos. Pero era mi futuro esposo, eso lo hacía feliz y yo lo amaba.
Una noche volvía de la oficina tomando el camino más directo, como siempre lo hacía a través de la autopista que rodeaba la ciudad.
Lo último que recuerdo es el camino oscuro, los faros iluminándolo, las luces rojas de los coches que me precedían.  Lo demás me lo contaron.
Me encontraron al día siguiente tirada al costado de la carretera, el coche estaba un poco más adelante, como si hubiera seguido unos metros sin conductor. No tenía ningún golpe ni nada roto, igual que yo estaba en perfecto estado, solo que él funcionaba, y yo no.
Estuve en coma por cuatro meses, durante los cuales Jordan no se movió de mi lado. Los médicos no entendían qué sucedía, por qué no despertaba.
Una noche, cuando casi todos habían perdido las esperanzas, abrí los ojos y pedí agua. El primer rostro que vi fue el de Jordan, con sus ojos llenos de lágrimas, pero no lo reconocí. No sabía quién era él ni sabía quién era yo. Me sentía aterrada, como si estuviera en otro mundo.
Después de decenas de estudios llegaron a la conclusión que padecía una especie de  amnesia lacunar: había olvidado ciertos períodos de mi vida, algunos remotos y otros más recientes. Pronto volvieron algunos recuerdos y recordé quién era yo y quién era Jordan, pero lo que no podía recordar era nuestra relación.
Cuando él, con lágrimas en sus ojos me dijo que me amaba y que íbamos a casarnos, me sentí horrorizada, simplemente porque yo no recordaba amarlo.
Él se sentía tan frustrado como yo, pero trataba de no presionarme. Después de un par de meses quisieron que volviera a mi trabajo. Recordaba perfectamente todos los proyectos en los que había participado y pronto descubrí que era tan eficiente como antes. Juan estaba encantado, él me apreciaba de verdad y para él, verme trabajar significaba que ya estaba recuperada.
Pero todo era una simple ilusión. Podía recordar toda mi vida, pero en mi mente la veía como una película, como sucesos que había vivido otra persona. Podía recordar los acontecimientos, pero no los sentimientos que los habían acompañado.
–Eso no puede ser posible– me explicó mi psicóloga– tus recuerdos no pueden separarse de lo que has sentido al vivirlos. Es como recordar algo que has visto, pero no sus colores…
–Es así como lo vivo, te lo aseguro. Por eso no puedo recordar amar  a Jordan. Sé que él me propuso matrimonio, recuerdo esa noche, cada detalle, pero no recuerdo sentirme feliz o querer besarlo o sentir amor por él.
La mujer me miraba. Como todo buen profesional, sin traslucir ningún sentimiento.
–Creo que quizás, en realidad no son recuerdos, son cosas que te han contado y que tú has completado con tu imaginación.
–Son recuerdos, lo sé.
Sacó su libreta.
–Haremos un par de estudios, y verás que encontramos la respuesta. Debes tener paciencia, pronto todo volverá a ser como antes.

                                               vvv


El galope era suave, parecía que flotábamos. Toqué el pelaje del caballo, estaba levemente húmedo por el sudor.
El viento despejaba mi cara haciendo flotar mis cabellos. Todo olía a bosque y a quietud.
Sentía sus manos fuertes sosteniendo las riendas, por delante de mí. Eran unas manos hermosas, varoniles. Su pecho se apoyaba en mi espalda y podía casi sentir los latidos de su corazón, lentos como el galope del caballo.
De pronto se acercó a mi oído y su cabello acarició mi mejilla, pronunció mi nombre con un dejo de risa en la voz. El amor me llenó por completo.
Me volví para mirarlo, para acariciar su rostro, para descubrir de qué color eran sus ojos…
Y desperté.
Me quedé en la cama mirando el techo, con la frustración de saber que había sido solo un sueño.
Ese sueño y otros se venían repitiendo desde que había despertado. Siempre soñaba con él: no sabía quién era, ni siquiera sabía cómo era, pero el amor que sentía por él era real.
Apartando las sábanas me encaminé hacia la ducha. Mientras el agua caliente se derramaba por mi espalda quise poner en orden mi día: el trabajo que me esperaba, las citas para ese mañana, la vida, que trataba de ser cómo antes…pero él volvía a mis pensamientos. Al fin me deje llevar. ¿Quién era? Lo conocía, estaba segura, era alguien muy allegado a mí, pero no era Jordan, yo no sentía nada ni remotamente parecido cuando estaba con él.
Enjuagué el cabello y coloqué la crema suavizante.
No recordaba haber subido jamás a un caballo, sin embargo, había soñado varias veces que cabalgaba con él, y era tan real, como si realmente lo hubiera vivido.
Pensativa observé las volutas de vapor que se desprendían del agua.
 Tal vez se trataba de alguien que había conocido y del que nadie sabía. No, yo no haría algo así a Jordan. Si hubiera estado tan enamorada de otro hombre, habría roto mi compromiso. Pero entonces…
Ya en la oficina enfoqué mis energías en mi trabajo, relegando a un rincón de mi mente a ese hombre que me hacía suspirar. Al atardecer, a través de los cristales de la oficina, vi entrar a Jordan. Algo parecido al fastidio fue lo que me invadió y me sentí culpable. No quería verlo. Todo seguía entre nosotros como antes, o por lo menos él trataba que así fuese. Por supuesto que no me besaba, solo algún beso corto ocasionalmente, había mantenido la distancia porque imagino que veía claramente cómo me sentía yo cuando estaba a su lado. Pero me venía a buscar cada día al trabajo, cenábamos juntos, pasábamos gran parte de los fines de semana juntos y nuestro compromiso seguía en pie. Él era ante los ojos de todo el mundo, mi prometido.
Esa noche me llevó a un elegante restaurante, disfrutamos de una cena deliciosa y debo reconocer que yo estaba más relajada, me sentía casi cómoda con él. Hablamos de sus viajes, de algunos de los lugares exóticos que él había visitado, de los lugares interesantes que yo quería visitar. Reímos un poco y al fin volvimos a casa. Sentada en el coche estaba perdida en mis pensamientos, miraba la calle iluminada sin verla, y no me di cuenta que salíamos de la ciudad hasta que la oscuridad de la carretera me hizo volver a la realidad.
–¿Hacia dónde vamos?–pregunté buscando alguna indicación en la autopista que me orientara.
–Ya lo verás–dijo sonriendo.
Un cartel encima de la carretera anunciaba “Aeropuerto”.
No me gustó la sorpresa, aunque no tenía ni idea de adónde me llevaba.
–¿Vamos a salir de la ciudad?
Sonrió sin contestar.
–Jordan,  mañana tengo muchísimo trabajo.
–No te preocupes, ya hablé con Juan, tienes una semana libre.
–¿Qué? ¿Una semana? ¿Qué estás diciendo?
Me miró sorprendido por mi reacción.
–Necesitas un descanso, además te encantará…es una sorpresa…
–No quiero sorpresas. Tendrías que haberme preguntado.
Me sentía furiosa, invadida. No quería pasar una semana a solas con él.
–Lo siento, pero verás que al ver dónde vamos cambias de opinión.
–¡Por favor deja de fingir que todo está bien, que todo es como antes!
Estaba exasperada.
–Detén el coche.
Con cuidado se acercó al arcén, buscando un lugar donde detener el automóvil.
–Marianne, no estoy fingiendo, estoy tratando de que todo esté bien y de que todo esté como antes. Quiero recuperar lo que teníamos.
Lo miré con pena. Me miraba con tanto amor que sentí deseos de llorar. En ese instante supe que no lo amaba y que nunca volvería a amarlo. Era un extraño para mí, un extraño al que conocía muy bien, pero nada más. Solo que al mirar sus ojos no me  atreví a decírselo.
–Lo siento–dije suavemente–necesito tiempo, más tiempo. Necesito estar sola, sin que nadie me presione, para recuperar mi vida. Es muy difícil para mí…
–Lo sé– replicó.
–Dejemos el viaje, no estoy preparada aún.
–De acuerdo.
Me miró unos segundos con tristeza.
Desvié mi vista hacia la noche, quería alejarme en ese mismo instante de allí, necesitaba estar sola.
Puso en coche en marcha y me llevó a mi casa.
Esa misma noche hablé con Juan, trató de convencerme pero al fin cedió. Me otorgó una excedencia para que yo pudiera recuperarme lejos de la ciudad, de los que me conocían, de lo que yo conocía, de Jordan.
Luego lo llamé a él. Eran más de las tres de la mañana. Creí que dormía.
–Hola, Marianne.
–¿Estabas despierto?–pregunté.
–Sí, no podía dormir.
–Lo siento. Lo siento tanto, pero no puedo seguir Jordan, no puedo más.
Esperó en silencio.
–Necesito tiempo, tiempo a solas, lejos, sin presiones, sin nadie cerca. En otro lugar donde nadie sepa nada de mí, donde no haya recuerdos que no llegan.
–Lo sé, lo entiendo.
No sabía qué más decir. Él simplemente esperaba.
–Necesito recordar cuánto te amaba, creo que eso es lo más importante.
Su voz sonó entrecortada cuando volvió a hablar.
–Te esperaré. Te amo y te esperaré.
Sentí que las lágrimas llenaban mis ojos otra vez.
–Gracias. No trates de encontrarme, déjame hacerlo a mi manera. Tenme paciencia, por favor.
–Te amo–dijo y colgó. 


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