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CAPÍTULO 1
12 de septiembre de 2015
Salió de la habitación, tomando el vestido entre sus manos
temblorosas. El orgullo le impedía derramar lágrimas, especialmente delante de
su padre. Subió las escaleras tratando de enfocar las ásperas piedras con sus
ojos nublados.
Jamás le perdonaría lo que le estaba haciendo, jamás.
Era una mujer y no podía sino obedecer, pero era suyo el derecho a odiarlo y culparlo para siempre por condenar su existencia a la desdicha.
Si solo le hubiera permitido que Isabel la acompañara. Pero ni siquiera eso, tendría que partir a ese horrible lugar completamente sola. Por supuesto que irían con ella sus doncellas, pero no tendría nadie con quien hablar, con quien llorar, a quién contarle sus penas…
Cerré el portátil con furia. Lamentablemente no tenía el consuelo de castigar, arrugar y lanzar lejos la hoja de papel, por la falta de inspiración.
Miré a Byron. Me observaba con sus ojos pequeños y curiosos, lleno de comprensión y dispuesto a consolarme.
Al fin, aburrido de mi mirada ausente se lamió el morro y volvió a recostarse apoyando su cabeza sobre las patas delanteras.
–No te gusta ¿verdad?– levantó las orejas– A mí tampoco.
Miré por la ventana y el hermoso cuadro me calmó.
La temprana primavera había llenado los ciruelos de flores blancas, embelleciendo todo el paisaje.
Unos metros más allá la calle me devolvía el suave rumor de algún que otro motor. Todo se arrastraba lento: el día, la gente, hasta los coches. Nadie tenía prisa allí. Solamente yo parecía ansiosa, nerviosa, inquieta.
–¿Qué estás esperando, Marianne?
Byron levantó la cabeza al escucharme.
–Eres una tonta.
Un agudo ladrido como para apoyar mi afirmación.
–No tenías por qué estar de acuerdo–dije sonriéndole, mientras con su hocico peludo buscaba mi mano.
De pronto algo llamó su atención y moviendo la cola salió al jardín. Los días eran cálidos y uno de mis placeres era dejar abierta la puerta de entrada.
Olvidé a Byron al instante cuando una idea vino a mi mente.
Abrí el portátil y borré el último párrafo…
Se sentía vendida al mejor postor, sin que sus sentimientos importaran en lo más mínimo. Vendida a un hombre que no conocía, que era un salvaje y la llevaría a aquel paraje inhóspito y aislado, lejos de Isabel…
Los ladridos me devolvieron al mundo real. Byron sin duda, pero más furioso que de costumbre.
Salí rápidamente mientras lo llamaba. Era tan pequeño que si se enfrentaba a algún congénere, llevaría las de perder.
En la puerta del jardín se encontraban tres personas: María, mi anciana vecina; un hombre que sostenía una bicicleta en sus manos; y un joven sentado en la acera que tironeaba de Byron quien gruñía prendido a sus zapatos deportivos.
Tomé al perro en mis brazos, no sin cierta dificultad, ya que estaba bien asido al zapato.
–¿Te ha mordido? –preguntó María.
–No–contestó–parecía endemoniado, se cruzó entre mis piernas ladrando.
Se miraba los deportivos con el ceño fruncido, analizando los daños. Tenía desgarrada parte de la suela, increíble que unos dientes tan pequeños hubieran hecho eso. Vi que una de sus rodillas sangraba. Parecía no sufrir otro daño grave, pero si estaba bastante furioso.
–No sé qué le ha pasado, es un perro muy tranquilo– insistió María, y me miró, ya que yo permanecía en silencio, observando al joven.
Solo se escuchó un gruñido, más grave que el de Byron, que dejaba ver a las claras que el muchacho no estaba de acuerdo con ella.
Estaba visiblemente molesto, y con razón.
–Puedo comprarte otros deportivos…–comencé a decir.
Jamás le perdonaría lo que le estaba haciendo, jamás.
Era una mujer y no podía sino obedecer, pero era suyo el derecho a odiarlo y culparlo para siempre por condenar su existencia a la desdicha.
Si solo le hubiera permitido que Isabel la acompañara. Pero ni siquiera eso, tendría que partir a ese horrible lugar completamente sola. Por supuesto que irían con ella sus doncellas, pero no tendría nadie con quien hablar, con quien llorar, a quién contarle sus penas…
Cerré el portátil con furia. Lamentablemente no tenía el consuelo de castigar, arrugar y lanzar lejos la hoja de papel, por la falta de inspiración.
Miré a Byron. Me observaba con sus ojos pequeños y curiosos, lleno de comprensión y dispuesto a consolarme.
Al fin, aburrido de mi mirada ausente se lamió el morro y volvió a recostarse apoyando su cabeza sobre las patas delanteras.
–No te gusta ¿verdad?– levantó las orejas– A mí tampoco.
Miré por la ventana y el hermoso cuadro me calmó.
La temprana primavera había llenado los ciruelos de flores blancas, embelleciendo todo el paisaje.
Unos metros más allá la calle me devolvía el suave rumor de algún que otro motor. Todo se arrastraba lento: el día, la gente, hasta los coches. Nadie tenía prisa allí. Solamente yo parecía ansiosa, nerviosa, inquieta.
–¿Qué estás esperando, Marianne?
Byron levantó la cabeza al escucharme.
–Eres una tonta.
Un agudo ladrido como para apoyar mi afirmación.
–No tenías por qué estar de acuerdo–dije sonriéndole, mientras con su hocico peludo buscaba mi mano.
De pronto algo llamó su atención y moviendo la cola salió al jardín. Los días eran cálidos y uno de mis placeres era dejar abierta la puerta de entrada.
Olvidé a Byron al instante cuando una idea vino a mi mente.
Abrí el portátil y borré el último párrafo…
Se sentía vendida al mejor postor, sin que sus sentimientos importaran en lo más mínimo. Vendida a un hombre que no conocía, que era un salvaje y la llevaría a aquel paraje inhóspito y aislado, lejos de Isabel…
Los ladridos me devolvieron al mundo real. Byron sin duda, pero más furioso que de costumbre.
Salí rápidamente mientras lo llamaba. Era tan pequeño que si se enfrentaba a algún congénere, llevaría las de perder.
En la puerta del jardín se encontraban tres personas: María, mi anciana vecina; un hombre que sostenía una bicicleta en sus manos; y un joven sentado en la acera que tironeaba de Byron quien gruñía prendido a sus zapatos deportivos.
Tomé al perro en mis brazos, no sin cierta dificultad, ya que estaba bien asido al zapato.
–¿Te ha mordido? –preguntó María.
–No–contestó–parecía endemoniado, se cruzó entre mis piernas ladrando.
Se miraba los deportivos con el ceño fruncido, analizando los daños. Tenía desgarrada parte de la suela, increíble que unos dientes tan pequeños hubieran hecho eso. Vi que una de sus rodillas sangraba. Parecía no sufrir otro daño grave, pero si estaba bastante furioso.
–No sé qué le ha pasado, es un perro muy tranquilo– insistió María, y me miró, ya que yo permanecía en silencio, observando al joven.
Solo se escuchó un gruñido, más grave que el de Byron, que dejaba ver a las claras que el muchacho no estaba de acuerdo con ella.
Estaba visiblemente molesto, y con razón.
–Puedo comprarte otros deportivos…–comencé a decir.
Al escuchar mi
voz levantó la cabeza y me buscó con la mirada.
Cuando nuestros ojos se encontraron, mantuvo unos segundos los suyos fijos, como hipnotizado. Luego abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla.
Parecía que todo el enojo se había esfumado. Sonrió sin dejar de mirarme, fueron solo unos instantes.
Cuando nuestros ojos se encontraron, mantuvo unos segundos los suyos fijos, como hipnotizado. Luego abrió la boca para decir algo y volvió a cerrarla.
Parecía que todo el enojo se había esfumado. Sonrió sin dejar de mirarme, fueron solo unos instantes.
–No, no importa–dijo
y se puso de pie.
–Creo que es lo que corresponde…
–De verdad, no importa.
–Creo que es lo que corresponde…
–De verdad, no importa.
Una mirada más, luego
se dio la vuelta y retomó su trote hacia la colina.
A lo lejos se levantaba el imponente castillo medieval, reinando con absoluta majestad desde lo alto, con el pequeño pueblo a sus pies. Lo vi correr sin esfuerzo por el sendero que subía hasta el castillo, cuando me di cuenta que María me observaba sonriendo, desvié la vista fingiendo indiferencia.
El perro me miraba arrepentido, parecía decirme que no sabía qué le había pasado. Lo dejé en el suelo y se dirigió con un suave gemido hacia su almohadón.
Entré en la casa y volví a mi historia.
…lejos de Isabel, la persona a la que más quería y en quién más confiaba.
Cómo si supiera cuánto la necesitaba, su hermana pequeña entró en la habitación.
–¿Estáis llorando? ¿Qué ha sucedido?
La miró con cariño mientras se secaba los ojos. ¿Cómo se lo diría? Ella sí que no podría soportarlo.
–¡Oh Isabel!...¡Si supierais lo que ha hecho nuestro padre!
La observó sin comprender, esperando que ella le diera la noticia, sin saber que sería la más amarga que pudiera recibir jamás.
–¡Decídmelo, hermana, decídmelo por favor!
–Debo partir mañana mismo…para casarme con lord Baker, me prometió a él hace más de seis meses.
–¡Lord Baker! ¡Ese monstruo! ¡No! Eso no es posible ¡No podemos permitírselo!
–No hay nada que hacer, Isabel.
La jovencita se arrodilló a su lado.
–¡Te matará! Tú sabes que ya lo ha hecho antes…
–Lo sé. He escuchado más de una vez acerca de su crueldad. Pero si no acepto casarme con él, quizás venga con su ejército y destruya este castillo, quizás os mate a vos y a nuestro padre.Debo ir. ¿No entendéis que mi vida no importa? Si me aleja de quienes más amo, ya estaré muerta.
Isabel escondió la cabeza en el regazo de su hermana, llorando.
Laura acarició con ternura la cabecita de rizos dorados y con las lágrimas resbalando por sus mejillas miró hacia la ventana.
“Madre, cuidad de ella” rogó en su corazón. “Allí donde estéis, velad por nuestra niña”
Con un gesto de decisión, secó sus lágrimas.
Era verdad, no había mucho que ella pudiera hacer, pero se enfrentaría a ese salvaje, y no le permitiría que la doblegara. Podría golpearla, ultrajarla, hasta matarla, pero nunca conseguiría someter su corazón…
A lo lejos se levantaba el imponente castillo medieval, reinando con absoluta majestad desde lo alto, con el pequeño pueblo a sus pies. Lo vi correr sin esfuerzo por el sendero que subía hasta el castillo, cuando me di cuenta que María me observaba sonriendo, desvié la vista fingiendo indiferencia.
El perro me miraba arrepentido, parecía decirme que no sabía qué le había pasado. Lo dejé en el suelo y se dirigió con un suave gemido hacia su almohadón.
Entré en la casa y volví a mi historia.
…lejos de Isabel, la persona a la que más quería y en quién más confiaba.
Cómo si supiera cuánto la necesitaba, su hermana pequeña entró en la habitación.
–¿Estáis llorando? ¿Qué ha sucedido?
La miró con cariño mientras se secaba los ojos. ¿Cómo se lo diría? Ella sí que no podría soportarlo.
–¡Oh Isabel!...¡Si supierais lo que ha hecho nuestro padre!
La observó sin comprender, esperando que ella le diera la noticia, sin saber que sería la más amarga que pudiera recibir jamás.
–¡Decídmelo, hermana, decídmelo por favor!
–Debo partir mañana mismo…para casarme con lord Baker, me prometió a él hace más de seis meses.
–¡Lord Baker! ¡Ese monstruo! ¡No! Eso no es posible ¡No podemos permitírselo!
–No hay nada que hacer, Isabel.
La jovencita se arrodilló a su lado.
–¡Te matará! Tú sabes que ya lo ha hecho antes…
–Lo sé. He escuchado más de una vez acerca de su crueldad. Pero si no acepto casarme con él, quizás venga con su ejército y destruya este castillo, quizás os mate a vos y a nuestro padre.Debo ir. ¿No entendéis que mi vida no importa? Si me aleja de quienes más amo, ya estaré muerta.
Isabel escondió la cabeza en el regazo de su hermana, llorando.
Laura acarició con ternura la cabecita de rizos dorados y con las lágrimas resbalando por sus mejillas miró hacia la ventana.
“Madre, cuidad de ella” rogó en su corazón. “Allí donde estéis, velad por nuestra niña”
Con un gesto de decisión, secó sus lágrimas.
Era verdad, no había mucho que ella pudiera hacer, pero se enfrentaría a ese salvaje, y no le permitiría que la doblegara. Podría golpearla, ultrajarla, hasta matarla, pero nunca conseguiría someter su corazón…
Miré la pantalla.
El cursor titilaba llamándome a la cordura.
–Suficiente por hoy –dije y cerré el portátil sin guardar los cambios.
–Suficiente por hoy –dije y cerré el portátil sin guardar los cambios.
Me acosté
temprano.
Llevé un vaso de leche y unas galletas a la cama, me acomodé sobre las almohadas y me dispuse a leer el folleto del castillo que me habían entregado en la oficina de turismo esa mañana.
Las fotos eran muy buenas, y mostraban partes del interior y de los jardines. La planta baja y el primer piso de la Torre de Homenaje habían sido totalmente remodelados para el uso de los dueños. Tenían allí todas las comodidades, desde internet, hasta jacuzzi y ducha de masajes en los cuartos de baño.
Los otros pisos, así como las habitaciones y salones del ala norte y sur, se mantenían exactamente iguales como cuando fueron construidas allá por el año 1130, con los muebles originales, tapices, alfombras, y hasta los utensilios y adornos.
Aun cuando el castillo se conservaba en excelentes condiciones, sus dueños solo permitían que una vez al año un tour compuesto por un grupo muy selecto de especialistas en arte, arquitectos e historiadores recorriera toda la fortaleza. Fuera de esa fecha no se admitían visitas de ningún tipo ni siquiera para conocer los parques y los jardines. Habían tenido la amabilidad de permitir que se tomaran fotos, unos cinco años atrás, y eso era todo.
Devoré las partes que hablaban de la arquitectura y diseño de los jardines, aunque la información era, obviamente muy básica, adaptada al lector común. Eché solo una mirada a los párrafos que mencionaba las numerosas obras de arte que se encontraban en los distintos salones, y pasé a lo que me interesaba, la historia de Sir Owein.
Compartí un trocito de galleta con Byron.
“Quizás lo que añade misterio a este precioso castillo medieval es la historia de amor que tuvo lugar entre sus muros hace cerca de ochocientos años y que aún llena de magia los bosques de los alrededores.
El joven sir Owein, Vizconde de L. , guerrero temerario y valeroso, había rechazado a todas las bellas nobles que le habían ofrecido como esposa, desafiando una y otra vez a su padre que le presionaba para que contrajera matrimonio…”
Sonreí.
–¿Por qué será que no me asombra?
Byron me miró con cara inocente.
“…y, ante la desesperación del viejo conde, solo se dedicaba a su deporte favorito: la caza, y a entrenarse para combatir y defender los muros del castillo”.
“Una mañana temprano, apenas unos momentos después de haberse internado en uno de los bosques cercanos con su numeroso séquito para cazar, creyó ver a lo lejos a alguien en medio de los árboles. Dirigió su caballo hacia allí y al acercarse vio que se trataba de una mujer. La joven estaba tirada en el suelo, inconsciente y se encontraba completamente sola. No había señales de lucha, y aunque sus hombres buscaron en los alrededores no encontraron caballos ni rastros de una comitiva o sirvientes.
“Cargó a la joven sobre su propio caballo y la llevó al castillo de su padre. La mujer permaneció dormida por varias horas, pero al fin despertó, y al ver sir Owein sus ojos, azules como el cielo nocturno, supo que la amaría por siempre”.
–Mmmmm, el cielo nocturno es negro, no azul–Byron miraba mi galleta con adoración, de modo que le ofrecí el trozo que quedaba–El último–dije señalándolo con un dedo.
“Después de unos meses, en los que la bella joven correspondió a su amor, sir Owein informó a su padre que se casaría con ella. Aunque el anciano tenía sus dudas, cedió ante la insistencia de su hijo y fijaron la fecha de la boda.
“Por ser su único heredero, no reparó en gastos. Se preparó el más exquisito de los banquetes, con los platos y los postres más finos.
“Fueron invitados todos los nobles de las regiones circunvecinas y hasta el rey los honraría con su presencia.
“El joven no cabía en sí de felicidad, realmente amaba a esa mujer misteriosa que había logrado conquistar su salvaje corazón.
“La noche anterior a la ceremonia, se despidió de ella en la puerta de sus aposentos y se fue a descansar. A la mañana siguiente, la joven había desaparecido.
“Las doncellas desesperadas vinieron a informarle, la buscaron en cada salón, en los sótanos, en las caballerizas. El mismo sir Owein, con sus ropas de boda, cabalgó hasta el bosque con la esperanza de encontrarla.
“Pasaron días, meses y hasta años, en los cuales el joven se dedicó a buscar en cada rincón de la región. Luego comenzó a recorrer grandes distancias, cada vez mayores, desesperado por encontrar a su amada. Pero no había ni el menor rastro de ella, había desaparecido igual que había llegado, misteriosamente.
“Según cuenta la historia, él nunca se casó.
“Hizo construir una capilla donde pasaba largas horas a solas. Encima del portal, en letras de hierro, había mandado escribir: Amada mía, aquí os esperaré por siempre. Allí fue enterrado según sus deseos, y allí descansan hasta hoy sus restos.
“Muchos años después, una de las siervas del castillo dijo haber visto a una mujer en la puerta de la capilla, llorando de rodillas. Tenía el cabello del color del atardecer y los ojos como el cielo nocturno.
“Aún hoy, de tanto en tanto merodea por los bosques de los alrededores. Aquellos que afirman haberla visto, aseguran que es sumamente hermosa, con el cabello rojo y los ojos azules, con la mirada triste y desesperada, como si hubiera llegado demasiado tarde.”
Suspiré mirando a Byron, que dormía a los pies de mi cama completamente estirado.
“Demasiado dramatismo”pensé mientras observaba una foto que mostraba el portal de la capilla. Las letras se veían perfectamente pulidas. Un escalofrío me recorrió la espalda un instante. Había visto esa puerta antes.
Volví a mirarla con atención. Solo se apreciaba el arco superior, era de madera oscura, algo ennegrecida por la humedad, pero bien cuidada. Parecía que se encargaban de limpiarla a menudo. Me quedé pensativa tratando de recordar donde podría haber visto una puerta similar. Había visitado numerosos castillos, y, por cierto, todos tenían semejanzas, especialmente si las construcciones eran de años próximos.
El ladrido de Byron casi me hace tirar la taza que tenía en las manos. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba despierto. Debajo de la ventana gruñía mirando hacia arriba.
Apagué la luz y me acerqué despacio. Miré a través de las cortinas, la calle estaba desierta, solamente se escuchaba el suave murmullo de las hojas de los árboles que se balanceaban con la brisa de la noche. Desde mi ventana se distinguía la silueta oscura del castillo con dos destellos titilantes: por lo menos dos personas que aún no dormían en la antigua fortaleza.
Algo se movió en la calle y pude verlo por el rabillo del ojo. Cuando volví rápidamente la cabeza, distinguí una silueta que, más que caminar, parecía deslizarse. Me quedé observándola petrificada, agradeciendo que la oscuridad me hiciera invisible. Pero entonces se giró y pareció mirarme directamente a los ojos. Di un paso hacia atrás asustada, tan de prisa que casi pisé a Byron. Lo tomé en mis brazos y volví a asomarme con precaución. La calle estaba otra vez desierta.
Me fui a acostar con el perro entre mis brazos. Me sentía extrañamente inquieta, aunque razonaba que no tenía motivos y que seguramente la historia de sir Owein y su amada me había sugestionado hasta el punto de hacerme ver cosas que no existían.
A pesar de todo, me dormí a los pocos segundos, y tan profundamente que no recuerdo haber soñado.
Desperté al percibir el inconfundible contacto de una mano sobre mi brazo. Abrí los ojos, y al instante sentí pánico. Alguien me había tocado. Prendí la luz de la mesilla de noche y me senté en la cama. Byron no estaba conmigo. El silencio en la casa era absoluto. El miedo se estaba apoderando de mí, al punto de nublarme la razón. Tenía que levantarme y recorrer la casa. “Sal de la cama”, repetía en mi mente. Sin embargo me encontraba paralizada. Sabía que alguien había entrado en la habitación y me había tocado, no había sido un sueño, y lo peor era que todavía estaba allí, oculto en algún lugar, esperándome.
Saqué fuerzas de ese coraje que solía tener y aparté las sábanas. Caminé hasta la puerta y me asomé lentamente. Busqué el interruptor de la luz del pasillo, la claridad me encandiló por un momento. La casa era pequeña y no había muchos rincones donde ocultarse, desde la puerta de mi habitación un pasillo de apenas unos pasos conducía hacia el salón, a un lado estaba la cocina y hacia el otro el baño. Todo se veía desierto. Comprobé la puerta de calle, estaba cerrada con doble vuelta de llave, como yo la había dejado. Ni siquiera podía imaginar que alguien hubiera entrado durante el día, mientras la puerta estaba abierta, ya que no habría tenido donde esconderse.
Llevé un vaso de leche y unas galletas a la cama, me acomodé sobre las almohadas y me dispuse a leer el folleto del castillo que me habían entregado en la oficina de turismo esa mañana.
Las fotos eran muy buenas, y mostraban partes del interior y de los jardines. La planta baja y el primer piso de la Torre de Homenaje habían sido totalmente remodelados para el uso de los dueños. Tenían allí todas las comodidades, desde internet, hasta jacuzzi y ducha de masajes en los cuartos de baño.
Los otros pisos, así como las habitaciones y salones del ala norte y sur, se mantenían exactamente iguales como cuando fueron construidas allá por el año 1130, con los muebles originales, tapices, alfombras, y hasta los utensilios y adornos.
Aun cuando el castillo se conservaba en excelentes condiciones, sus dueños solo permitían que una vez al año un tour compuesto por un grupo muy selecto de especialistas en arte, arquitectos e historiadores recorriera toda la fortaleza. Fuera de esa fecha no se admitían visitas de ningún tipo ni siquiera para conocer los parques y los jardines. Habían tenido la amabilidad de permitir que se tomaran fotos, unos cinco años atrás, y eso era todo.
Devoré las partes que hablaban de la arquitectura y diseño de los jardines, aunque la información era, obviamente muy básica, adaptada al lector común. Eché solo una mirada a los párrafos que mencionaba las numerosas obras de arte que se encontraban en los distintos salones, y pasé a lo que me interesaba, la historia de Sir Owein.
Compartí un trocito de galleta con Byron.
“Quizás lo que añade misterio a este precioso castillo medieval es la historia de amor que tuvo lugar entre sus muros hace cerca de ochocientos años y que aún llena de magia los bosques de los alrededores.
El joven sir Owein, Vizconde de L. , guerrero temerario y valeroso, había rechazado a todas las bellas nobles que le habían ofrecido como esposa, desafiando una y otra vez a su padre que le presionaba para que contrajera matrimonio…”
Sonreí.
–¿Por qué será que no me asombra?
Byron me miró con cara inocente.
“…y, ante la desesperación del viejo conde, solo se dedicaba a su deporte favorito: la caza, y a entrenarse para combatir y defender los muros del castillo”.
“Una mañana temprano, apenas unos momentos después de haberse internado en uno de los bosques cercanos con su numeroso séquito para cazar, creyó ver a lo lejos a alguien en medio de los árboles. Dirigió su caballo hacia allí y al acercarse vio que se trataba de una mujer. La joven estaba tirada en el suelo, inconsciente y se encontraba completamente sola. No había señales de lucha, y aunque sus hombres buscaron en los alrededores no encontraron caballos ni rastros de una comitiva o sirvientes.
“Cargó a la joven sobre su propio caballo y la llevó al castillo de su padre. La mujer permaneció dormida por varias horas, pero al fin despertó, y al ver sir Owein sus ojos, azules como el cielo nocturno, supo que la amaría por siempre”.
–Mmmmm, el cielo nocturno es negro, no azul–Byron miraba mi galleta con adoración, de modo que le ofrecí el trozo que quedaba–El último–dije señalándolo con un dedo.
“Después de unos meses, en los que la bella joven correspondió a su amor, sir Owein informó a su padre que se casaría con ella. Aunque el anciano tenía sus dudas, cedió ante la insistencia de su hijo y fijaron la fecha de la boda.
“Por ser su único heredero, no reparó en gastos. Se preparó el más exquisito de los banquetes, con los platos y los postres más finos.
“Fueron invitados todos los nobles de las regiones circunvecinas y hasta el rey los honraría con su presencia.
“El joven no cabía en sí de felicidad, realmente amaba a esa mujer misteriosa que había logrado conquistar su salvaje corazón.
“La noche anterior a la ceremonia, se despidió de ella en la puerta de sus aposentos y se fue a descansar. A la mañana siguiente, la joven había desaparecido.
“Las doncellas desesperadas vinieron a informarle, la buscaron en cada salón, en los sótanos, en las caballerizas. El mismo sir Owein, con sus ropas de boda, cabalgó hasta el bosque con la esperanza de encontrarla.
“Pasaron días, meses y hasta años, en los cuales el joven se dedicó a buscar en cada rincón de la región. Luego comenzó a recorrer grandes distancias, cada vez mayores, desesperado por encontrar a su amada. Pero no había ni el menor rastro de ella, había desaparecido igual que había llegado, misteriosamente.
“Según cuenta la historia, él nunca se casó.
“Hizo construir una capilla donde pasaba largas horas a solas. Encima del portal, en letras de hierro, había mandado escribir: Amada mía, aquí os esperaré por siempre. Allí fue enterrado según sus deseos, y allí descansan hasta hoy sus restos.
“Muchos años después, una de las siervas del castillo dijo haber visto a una mujer en la puerta de la capilla, llorando de rodillas. Tenía el cabello del color del atardecer y los ojos como el cielo nocturno.
“Aún hoy, de tanto en tanto merodea por los bosques de los alrededores. Aquellos que afirman haberla visto, aseguran que es sumamente hermosa, con el cabello rojo y los ojos azules, con la mirada triste y desesperada, como si hubiera llegado demasiado tarde.”
Suspiré mirando a Byron, que dormía a los pies de mi cama completamente estirado.
“Demasiado dramatismo”pensé mientras observaba una foto que mostraba el portal de la capilla. Las letras se veían perfectamente pulidas. Un escalofrío me recorrió la espalda un instante. Había visto esa puerta antes.
Volví a mirarla con atención. Solo se apreciaba el arco superior, era de madera oscura, algo ennegrecida por la humedad, pero bien cuidada. Parecía que se encargaban de limpiarla a menudo. Me quedé pensativa tratando de recordar donde podría haber visto una puerta similar. Había visitado numerosos castillos, y, por cierto, todos tenían semejanzas, especialmente si las construcciones eran de años próximos.
El ladrido de Byron casi me hace tirar la taza que tenía en las manos. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba despierto. Debajo de la ventana gruñía mirando hacia arriba.
Apagué la luz y me acerqué despacio. Miré a través de las cortinas, la calle estaba desierta, solamente se escuchaba el suave murmullo de las hojas de los árboles que se balanceaban con la brisa de la noche. Desde mi ventana se distinguía la silueta oscura del castillo con dos destellos titilantes: por lo menos dos personas que aún no dormían en la antigua fortaleza.
Algo se movió en la calle y pude verlo por el rabillo del ojo. Cuando volví rápidamente la cabeza, distinguí una silueta que, más que caminar, parecía deslizarse. Me quedé observándola petrificada, agradeciendo que la oscuridad me hiciera invisible. Pero entonces se giró y pareció mirarme directamente a los ojos. Di un paso hacia atrás asustada, tan de prisa que casi pisé a Byron. Lo tomé en mis brazos y volví a asomarme con precaución. La calle estaba otra vez desierta.
Me fui a acostar con el perro entre mis brazos. Me sentía extrañamente inquieta, aunque razonaba que no tenía motivos y que seguramente la historia de sir Owein y su amada me había sugestionado hasta el punto de hacerme ver cosas que no existían.
A pesar de todo, me dormí a los pocos segundos, y tan profundamente que no recuerdo haber soñado.
Desperté al percibir el inconfundible contacto de una mano sobre mi brazo. Abrí los ojos, y al instante sentí pánico. Alguien me había tocado. Prendí la luz de la mesilla de noche y me senté en la cama. Byron no estaba conmigo. El silencio en la casa era absoluto. El miedo se estaba apoderando de mí, al punto de nublarme la razón. Tenía que levantarme y recorrer la casa. “Sal de la cama”, repetía en mi mente. Sin embargo me encontraba paralizada. Sabía que alguien había entrado en la habitación y me había tocado, no había sido un sueño, y lo peor era que todavía estaba allí, oculto en algún lugar, esperándome.
Saqué fuerzas de ese coraje que solía tener y aparté las sábanas. Caminé hasta la puerta y me asomé lentamente. Busqué el interruptor de la luz del pasillo, la claridad me encandiló por un momento. La casa era pequeña y no había muchos rincones donde ocultarse, desde la puerta de mi habitación un pasillo de apenas unos pasos conducía hacia el salón, a un lado estaba la cocina y hacia el otro el baño. Todo se veía desierto. Comprobé la puerta de calle, estaba cerrada con doble vuelta de llave, como yo la había dejado. Ni siquiera podía imaginar que alguien hubiera entrado durante el día, mientras la puerta estaba abierta, ya que no habría tenido donde esconderse.
Llamé a Byron suavemente, hasta me impresionaba el sonido de
mi propia voz. Un gemido ahogado me respondió desde debajo de un sillón. Me
agaché a mirar, estaba agazapado en el rincón más alejado. Se veía tan asustado
que no dejó su escondite hasta que lo llamé por segunda vez. Se acercó gimiendo
lastimosamente, lo tomé en mis brazos tratando de calmarlo, aunque creo que
solo logré transmitirle mis nervios.
Por supuesto que no pudimos volver a dormir, nos quedamos muy juntos los dos, con todas las luces de la casa encendidas hasta que amaneció. Solo entonces me quedé dormida en el sofá con Byron pegado a mi espalda.
Al día siguiente todo lo
acontecido parecía muy lejano, me sentía sumamente tonta por haberme asustado
así y veía claramente una explicación para todo. No obstante me preocupaba que
realmente alguien hubiera podido entrar en la casa, y recordaba perfectamente
las sensaciones que había tenido.Por supuesto que no pudimos volver a dormir, nos quedamos muy juntos los dos, con todas las luces de la casa encendidas hasta que amaneció. Solo entonces me quedé dormida en el sofá con Byron pegado a mi espalda.
Quería dejar de pensar en eso, de modo que decidí visitar a María, mi vecina.
Ella era la única persona del pueblo que se había acercado a darme la bienvenida cuando me instalé en la casita, había llegado con un delicioso pastel de manzanas y canela, que despedía un aroma tentador. Me visitaba dos o tres veces en la semana y, aunque nos conocíamos hacía solo tres meses, sentía que era mi única amiga en ese lugar.
Me vio llegar desde su ventana y se apresuró a abrirme la puerta.
–Marianne, ¡te has adelantado!, pensaba pasar a verte esta mañana. He preparado unos panecillos de anís que me han quedado deliciosos, te iba a llevar unos cuantos.
–¡Oh María! Me estoy volviendo adicta a tus dulces. Ayer me acabé las galletas.
–¡Muy bien! Eso está muy bien –dijo haciéndose a un lado para dejarme pasar –Ya que estas aquí sola alguien debe cuidar de ti.
La acompañé a la cocina, estaba como siempre con el horno ocupado por algo que despedía un olor increíble. Realmente se me despertaba el apetito cada vez que entraba en esa casa.
–¿Qué has estado haciendo? ¿Volviste a encontrarte con el joven lord?
–¿Con quién? –pregunté
–El joven al que mordió Byron, ¿no lo has vuelto a ver?
–¿Es un lord?
–¿No lo sabias?, es el dueño del castillo–respondió mientras me acercaba un vaso de leche caliente.
–¿Si?, no creí que fuera… tan joven–agregué después de pensar un segundo.
Sonrió.
–Quiero decir que lo imaginaba mayor, un anciano, no sé–sonreí también– En realidad no sé cómo lo imaginaba, pero parece un chico común y corriente, ¿verdad?
–Mmmmm, más o menos–dijo María aun sonriendo.
–¿Es muy excéntrico?
–Sí, supongo que será eso–replicó sin añadir nada más.
Me quedé en silencio unos segundos mientras ella trajinaba en la cocina.
–Anoche me pasó algo muy raro –dije tímidamente.
–¿Si?–preguntó mirándome y animándome a continuar.
–Estaba Byron gruñendo en la ventana de mi habitación y cuando miré vi a alguien que caminaba lentamente. Es extraño que hubiera alguien en la calle, era muy tarde y por aquí todos suelen acostarse temprano.
–Algún vecino que no podría dormir.
–Lo que me asombró es que se dio vuelta a mirarme, como si supiera que yo estaba allí, y estaban las luces apagadas, era imposible que me viera desde fuera.
–Tal vez miraba otra cosa. Aquí es todo muy tranquilo, no es como en la ciudad donde tú vivías, no debes preocuparte. El señor Tomas que vive en frente de tu casa suele salir de noche con su perro, seguro que era él.
–Luego me desperté a media noche con la sensación de que había alguien en la casa, y ya no pude volver a dormir.
Se detuvo en sus quehaceres y me miró preocupada.
–Criatura, realmente has pasado miedo. Esta noche vienes a dormir a casa –agregó decidida.
–No María, no fue para tanto.
–Dormirás conmigo hasta que se te pasen esos temores, no hay nada peor que sentir miedo. Tengo dos habitaciones vacías, y me encantará tener compañía.
Le tomé la mano.
–Gracias, pero no voy a hacerlo. Sé que fue una tontería, al contártelo me doy cuenta que debe haber sido solo mi imaginación.
Se sentó en una de las sillas.
–Estas preocupada por algo. Es eso.
No era una pregunta.
–No, en realidad desde que estoy aquí no tengo nada que me preocupe.
Me miraba como solía hacerlo mi padre.
–Lo noto en tus ojos. ¿Qué es?
Sonreí.
–He vuelto a soñar con él...
–¿Viste su cara esta vez?
–No, fue igual que siempre.
Asintió con la cabeza mientras se levantaba para prepararse una taza de té.
–No debes obsesionarte, te dijeron que recuperarte llevaría tiempo.
–Lo sé.
Se sentó nuevamente acercándome un plato con galletas.
–¿Y por qué te preocupa tanto ese sueño?–preguntó con ternura.
–Porque a veces creo que no es un sueño, que es alguien real, un recuerdo.
–¿Cómo te sientes?
–¿Qué?
–¿Cómo te sientes después del sueño?
Bajé la cabeza buscando la respuesta.
–Triste…por haber despertado.
Suspiré y desvié la vista.